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La Playa de Santa Cruz en Oleiros

Cuando el mar se despierta embravecido aprovecho para coger la bicicleta y dar una vuelta por el Paseo Marítimo de A Coruña. La ciudad de cristal duerme a los pies del rugido sempiterno del oleaje. A veces ese bramar parece surgir del centro del océano, y llega convertido en traje de espuma hasta la orilla.

Desde el mismo puerto de la ciudad hasta Santa María de Oza, de ahí buscando la Avenida del Pasaje para cruzar el puente del mismo nombre y llegar a Santa Cristina. La vista del mar parece que en este rincón coruñés se vuelve un poco más plácida, como generosa. El final de la ruta casi siempre suele ser uno de mis rincones favoritos: la calma azul de la Playa de Santa Cruz en Oleiros.

Esta ruta apenas tiene diez kilómetros, por lo que llegar a la playa supone un pequeño descanso para luego iniciar el camino de vuelta. No es un arenal demasiado grande (algo más de 200 metros), ni siquiera es de las playas más bonitas de la zona, he de reconocerlo, pero a la caída de la tarde disfruto de su calma, su relativa paciencia en acogerme y darme a cambio de nada el billete para un hermoso atardecer.

Al fondo las luces de A Coruña comienzan a adquirir ese tono casi melancólico que, al cobijo de la bruma gallega, torna el paisaje en algo bucólico. Frente a la playa, el Castillo de Santa Cruz, que data de finales del siglo XVI, al que se accede a través de un puente, atalaya fiel y defensora desde entonces de la ciudad coruñesa, al amparo del otro guardián, San Antón.

Al caer la noche las luces de este castillo se confunden enmarañadas entre los árboles que hacen de teloneros verdes a la fortaleza. Vuelvo entonces a tomar la bicicleta, en una carrera entre el astro rey y mis pedales. Él por ver si se da antes el chapuzón frente a la Torre de Hércules, yo si consigo cruzar el paseo bajo el túnel del ocaso.

Para hacer turismo playero por A Coruña:

Foto de El-Richie